Sáenz, pura hipocresía: más preocupado por los «kioscos» y beneficios personales que pierde, que por los problemas reales de los salteños

1
0

DNI Salta.- La desmedida hipocresía del Gobernador de la Provincia. Quien ordenó a reprimir y encarcelar docentes que reclamaban por un salario digno y mantiene decenas de ñoquis amigos y familiares en cargos públicos cobrando fortunas, hoy habla de «látigo, poder y billetera» para atacar el ajuste del Gobierno nacional.

EDITORIAL DE DNI SALTA

«La plata alcanza cuando no se la roban», mencionó con justeza y simplismo el presidente reelecto de El Salvador, Nayib Bukele, y cuánta razón tenía.

Esto tranquilamente podría trasladarse a la Salta del despilfarro y la «fiesta» de pocos que comienza a cortarse para los políticos, que ahora salen a culpar al Gobierno nacional y poniendo a la gente, aquella a la que sistemáticamente postergan y olvidan, para defender sus propios intereses y privilegios que comienzan a cortarse.

El Gobernador de la Provincia, Gustavo Sáenz, en diálogo en un medio nacional con el periodista Marcelo Longobardi, hizo un culto a la hipocresía y al cinismo que lo acompaña desde que gobierna Salta, en su crítica al presidente Javier Milei: «Creí que se acabó el tiempo del látigo y la billetera», expresó, en relación al ajuste del Ejecutivo de la Nación a las provincias.

«Látigo y «billetera» aplicadas en Salta

Justamente, Sáenz, aquel gobernador que en Salta usa la «billetera» del Estado y del pueblo para adoctrinar a los medios, para silenciar voces en contra y para disciplinar; así como también utilizó el «látigo» para reprimir a los trabajadores de la educación que hace meses marchaban por un salario digno; tiene el tupé de hablar, él, de látigo y de billetera.

Sáenz menciona el supuesto poder de la «billetera», cuando hace muy poco tiempo gastó con «la nuestra» obscenas fortunas diarias en campaña electoral y del miedo, a favor de él y sus candidatos obedientes y alineados a favor del perdedor Sergio Massa. Más hipócrita, no se consigue…

Desoír a los salteños

Hoy, Gustavo Sáenz, en lugar de apoyar el cambio que la mayoría de los salteños votó (alrededor del 60 por ciento), ante el hartazgo de la casta inmunda y putrefecta que él representa, patalea y llora de manera demagógica, poniendo por delante al «pueblo» que en su tierra él constantemente olvida.

Es que Sáenz sabe que con ajuste se le acaban los «kioscos» y privilegios personales, para él y para las decenas de ñoquis familiares, amigos y socios que hoy viven del Estado, muchos de los cuales se reciclan en cargos reconvertidos e inventados como ridículas asesorías, para seguir mamando de la inagotable -para ellos- teta estatal, con iguales o mayores onerosos salarios.

La hipocresía de Sáenz llega al punto de mencionar la «falta de diálogo» del actual Gobierno nacional, cuando él mismo no supo ni quiso dialogar, enviando siempre emisarios de tercera o cuarta línea; pero sí embestir a trabajadores docentes y sanitarios con su monstruosa maquinaria de poder.

Sáenz, dolido aún por la derrota de su amigo Sergio Massa en el balotaje de noviembre, sabe que con aquel fracaso electoral se le irán acabando esos privilegios que componen una danza de ñoquis, acomodos, amiguismo, pauta oficial exagerada para adornar y acallar medios disidentes, y estratosféricos negociados, hoy omite respetar y acompañar el cambio que eligió la mayoría en su provincia.

Millones guardados

Sáenz se desentiende del mensaje de las urnas tres meses después, ese que indica que es hora de ponerse a trabajar en serio por los intereses de los salteños, y lavándose las manos de tantas carencias estructurales de la provincia, utilizando el «no envían los recursos» como excusa perfecta para seguir fogoneando una nula gestión, cuando con la alta carga impositiva provincial, y los miles de millones de pesos que hoy la Provincia tiene «dormida» en entidades bancarias agenciándose intereses por plazo fijo, podrían ser utilizados para solucionar los problemas urgentes, como el drama de los pacientes oncológicos.

Temor a perder privilegios

A Sáenz y su casta política les duele saber que perderán «kioscos», privilegios y negociados, por lo cual el Gobernador está más preocupado por la salida de la también salteña Flavia Royón de la Secretaría de Energía, que por solucionar los problemas urgentes de Salta, como la falta de agua, la pobreza e indigencia, la vulnerabilidad infantil, la emergencia habitacional, la inseguridad, las rutas desastrozas y la falta de insumos en hospitales públicos. Y porque teme perder aquellos intereses del negocio del litio, sin su amiga ocupando un puesto clave en Nación.

En lugar de patalear y poner palos en la rueda, Sáenz y sus legisladores deberían apoyar la voluntad de los salteños y no ponerse en contra, como lo están haciendo.

Expuesto y en evidencia

Lo cierto es que el Gobernador de Salta también tiene la «sangre en el ojo» al quedar expuesto y en evidencia por el mismo ministro de Economía de la Nación, Luis Caputo, quien se despachó diciendo que los gobernadores no quisieron aprobar la Ley Ómnibus porque «se les terminaba el curro», haciendo mención a Sáenz.

Hoy, hasta el mismo ministro de Salud, Federico Mangione se pone en la vereda de su «jefe» y le habla a Milei utilizando el drama de los enfermos oncológicos, en lugar de exigirle a su gobernador que designe partidas urgentes usando los recursos multimillonarios de la Provincia que hoy duermen en cuentas bancarias engrosando intereses por plazo fijo.

¿Y los fondos fiduciarios?

¿Qué hizo el gobernador con nuestra provincia y como pagó la deuda? ¿Y por qué no quería que se apruebe sobre todo en la ley de bases sobre la modificación al inciso H que habla de eliminar de la ley un fondo fiduciario?

Un clarísimo ejemplo que deja en evidencia a la casta salteña de Sáenz fue el Fondo Fiduciario de Desarrollo Provincial, mediante el cual Gustavo Sáenz recibió millones de dólares en ese FF.

Este Gobierno nacional deja ver cómo la casta política, y sobre todo en Salta, se benefician con millones de dólares y los salteños siguen abandonados en inseguridad, en economía y con obras públicas carísimas que nunca terminaban o se realizaron a medias.